Tras bambalinas...en Chapultepec el 16.01.1992



El abrazo de viejos enemigos
Víctor Flores García
Tendencias , No. 6, enero de 1992

Castillo de Chapultepec, Ciudad de México. La hora de firmar la paz para El Salvador, 12:15 horas, mediodía del 16 de enero de 1992. Tenso el ambiente. Un silencio solemne, expectante, pletórico de emoción contenida.

Las atentas miradas de unos mil testigos concentradas en la mesa en forma de "U" que ponía frente a frente a las delegaciones de la insurgencia y el gobierno salvadoreños, separados por los tres mediadores de la ONU, incluyendo a Boutros Ghali, el nuevo secretario general y por un manto de orquídeas y siempre vivas.

Largo el momento. Casi diez minutos en que las pesadas carpetas de piel negra, con interiores en ocre, pasaban de un lado a otro para que firmaran los cinco representantes oficiales y los diez del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). Sólo los incesantes clics de las cámaras de los reporteros gráficos, que buscaban la "foto histórica", rompían el silencio que permitía escuchar cómo las plumas se deslizaban sobre los trabajados papeles.

Repentinamente, rompiendo con el programa que todo el mundo tenía en la mano, la voz del maestro de ceremonia anunciaba que el presidente salvadoreño Alfredo Cristiani firmaría los Acuerdos del Castillo de Chapultepec. Las 12:32. Una cerrada ovación rompe el silencio. Por primera vez, la sonrisa del anfitrión, el presidente Carlos Salinas, es de franca satisfacción. Y de él es el primer abrazo efusivo que recibe Cristiani.

Sorprendidos, los máximos dirigentes del FMLN se vuelven a ver entre sí y sonríen con satisfacción. Joaquín Villalobos, a quien se le atribuye el calificativo de "el más duro" de los comandantes guerrilleros, es el que aplaude con más entusiasmo. Más aún, es el último en dejar de agitar las palmas. Los altos jefes de la Fuerza Armada, que asistieron enfundados en sus trajes militares de gala, son los más discretos y su aplauso es corto.

–¿Viste que los militares no aplaudieron? –comenta un colega con el que compartíamos un privilegiado lugar en la primera fila de la tarima, instalada frente al podio de los presidentes para la prensa e invitados especiales.

–Sí aplaudieron. Un poco, pero es que ellos son así –se voltea inmediatamente una mujer que minutos antes había señalado con nombre y apellido a toda la clase política salvadoreña asistente al evento (el gabinete, jefes del alto mando del ejército, los máximos dirigentes de los partidos políticos, grupos empresariales, iglesias, movimientos gremiales y sindicales).

–Es un triunfo del FMLN que haya firmado Cristiani –afirma un periodista danés con el rostro enrojecido, cuando el prolongado aplauso aún no terminaba.

–Es un triunfo del pueblo salvadoreño –replicó la mujer. Después sabríamos que se trataba de la Directora de Medios de Comunicación de Casa Presidencial de El Salvador, Ana María Ruíz Castillo.

Guiados por ella ubicamos a la concurrencia salvadoreña, poco conocida por estos lares. El primer designado a la Presidencia, Roberto Llach y su esposa Leonor Guirola de Llach; Arturo Toma, secretario privado del presidente; José Manuel García Prieto, Jefe del Estado Mayor Presidencial; Ernesto Ferreiro Rusconi, jefe de protocolo; y los invitados personales del presidente: sus hijas, Claudia y María, Herber De Sola, Antonio Tona, Saúl Suster, Juan Schonenberg, Ricardo Sagrera, Federico Bloch, Roberto Murray Meza, Roberto Kriete, William Handal, Enrique Sol Meza, Sigifredo Ochoa, entre otros.

Sobresalían por sus visibles trajes militares de gala, el ministro de Defensa, René Emilio Ponce; Gilberto Rubio, jefe del Estado Mayor Conjunto; Héctor Leonel Lobo, comandante de la Fuerza Aérea, y Fernando Menjívar, comandante de la Marina.

Incontables los personajes: el Consejo Central de Elecciones y la Corte Suprema de Justicia en pleno, una veintena de diputados. Del lado de la mesa del FMLN, la tarima de invitados especiales era igualmente numerosa.

A unos dos metros a nuestra izquierda, William Walker, embajador de Estados Unidos en El Salvador, y Bernard Aronson, subsecretario de Estado para Asuntos Interamericanos, intercambiaban sonrisas.

Cinco minutos antes de iniciar el acto, Aronson había concedido una entrevista a dos periodistas norteamericanos. Imposible resistir la tentación de acercarse para poner cerca la oreja:

–¿Era necesaria esta guerra? El ex embajador en El Salvador durante la administración Carter, Robert White, decía que era una guerra innecesaria –pregunta el periodista estadounidense.

–Fue un error de Estados Unidos no apoyar la democracia en El Salvador en 1972 (en ese año, la fórmula de Napoleón Duarte Y Guillermo Ungo ganó las elecciones presidenciales que se les arrebató con un fraude electoral). Pero no fue una guerra innecesaria.

–¿Qué hará la administración Bush para apoyar estos acuerdos?

–No se ha discutido el monto de la asistencia. Actualmente está disponible un fondo para la paz de 21 millones de dólares. Si la violencia no resurge aumentaremos la ayuda. Sabemos que hay pequeñas amenazas de violencia y Estados Unidos teme que se opongan a los acuerdos.

–¿Qué espera usted de estos acuerdos?

–Para nosotros es importante que todos los sectores de El Salvador ganen los espacios necesarios para que exista la democracia.

Pero faltaban los discursos de Cristiani y del FMLN.

Shafick Handal, por los rebeldes. Emocionado, a este hombre de 62 años, de barba encanecida, se le quiebra la voz:

"El FMLN ingresa a la paz abriendo la mano (y la extiende fijando la mirada en un Cristiani 15 años menor que él), que ha sido puño (y la cierra con un gesto de fuerza), y extendiéndola amistosamente a quienes hemos combatido (vuelve a abrirla y sostiene el gesto dirigido a la mesa oficial) como corresponde a un desenlace sin vencedores ni vencidos, con el firme propósito de dar comienzo a la unificación de la familia salvadoreña".

Y dirigiéndose al lugar que ocupa James Baker:
"El FMLN desea reconocer al gobierno de Estados Unidos su cooperación para que la cooperación alcanzara sus frutos, particularmente desde la ronda de septiembre del año pasado en Nueva York".

Al final, el paso de la estafeta política: "Las partes en la negociación hemos terminado nuestro trabajo. Desde ahora la nación entera asume el protagonismo de su propia transformación. ¡Viva la paz! ¡Viva El Salvador! 

¡Viva México!".

Cerrada ovación.

Pero faltaba lo mejor.

Luego de los discursos de los presidentes del Grupo de Apoyo a Pérez de Cuéllar, vendría el discurso de Cristiani. Mesurado, conciliador, realista:

"La crisis en que se vio envuelta la nación salvadoreña en el último decenio no surgió de la nada ni fue producto de voluntades aisladas. Esa crisis tan dolorosa y trágica tiene antiguas y profundas raíces sociales, políticas, económicas y culturales".

Un reconocimiento capital, sin cambiar la modulación de la voz: "En el pasado, una de las perniciosas fallas de nuestro esquema de vida nacional fue la inexistencia o insuficiencia de los espacios y mecanismos para permitir el libre juego de las ideas, el desenvolvimiento natural de los distintos proyectos políticos, derivados de la libertad de pensamiento y de acción. En síntesis, la ausencia de un verdadero esquema democrático de vida".

El llamado al reencuentro: "Le decimos al FMLN, con respetuosa convicción, que su aporte es necesario para desarrollar en El Salvador una democracia estable y consistente (…) podemos trabajar en conjunto para el beneficio del país, como El Salvador se lo merece".

El final, cargado de misticismo religioso:

"¡Que Dios sea con nosotros y que la paz sea con nosotros ahora y siempre!".
Entonces ocurrió el momento más emocionante. Una cerrada y prolongada ovación, la más sonora, envolvió al presidente que salía del podio y con paso firme se dirigía hacia la mesa de la comandancia general del FMLN. Los saludó, uno por uno, comenzando por Handal, a quien además dio un medio abrazo. El aplauso creció. Saludó a la delegación oficial. Pasó frente a James Baker sin saludarlo.

El rostro de Cristiani estaba enrojecido.

–¡No saludó a Baker! –comentó un colega.

No era su intención. Cristiani se dirigía hacia su mujer que lo recibió con lágrimas en los ojos. Su hija lloraba visiblemente. Y, mientras Cristiani volvía a su lugar en el podio de los diez presidentes, Margarita Cristiani corrió a saludar de abrazo y beso a los comandantes máximos del FMLN. El intenso frío de la invernal mañana cedió un instante.

La jefa de prensa de Cristiani, a nuestro lado, batía palmas y lloraba copiosamente.

–Nunca voy a olvidar el momento en que él los abrazó, tanto que lo criticaron y miren esto.

Lo que veíamos era una fiesta de abrazos. Había satisfacción en todos los rostros y entre los hombres de la tecla coincidiríamos después en que una "ara sensación colectiva" envolvió a este grupo de mil personas en ese momento. Hasta los periodistas dejaron de tomar notas y aplaudían.

Desde nuestro lugar, cazábamos el gesto clave: Joaquín Villalobos se abrazaba una y otra vez con el ahora general Mauricio Ernesto Vargas, viejos enemigos que aprendieron a comer en la misma mesa y dormir en los mismos hoteles, durante el largo itinerario de los 22 meses de negociación que los llevó juntos por Ginebra, México, San José, Caracas y Nueva York.

Al final del acto, todo era euforia. El ministro de Defensa, general René Emilio Ponce, buscaba la salida del recinto, acompañado de otro nuevo general, Dionisio Ismael Machuca.

–¿General, qué va a pasar con los escuadrones de la muerte?

–Todos los grupos extremistas, de izquierda y de derecha, que se opongan a este acuerdo, serán combatidos por las instituciones que la ley ordena –respondió sonriente y visiblemente satisfecho.

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